cuando la sociedad vasca estaba confinada en sus casas, en plena incertidumbre, cuando muchos pacientes estaban muriendo por el virus de la COVID que colapsó la Sanidad y convulsionó al mundo entero.
Aquella tarde de 2020 Norberto estaba llorando sobre sus barricas de vino, preguntándose qué iba a hacer con toda la cosecha, al visualizar que perdería el mercado norteamericano, donde vendía el 90% de su producción. Y con el canal HORECA cerrado…
Norberto dejó la puerta abierta de la bodega, cuando por allí pasó Euskal Telebista, que al verle llorar le propuso una entrevista.
“Tendrá que ser otro día -le dijo al periodista-. Ahora me encuentras en un momento crítico, bloqueado por todo lo que está pasando, con la necesidad de tirar para delante”.
El periodista Joseba Fiestras le convenció para que aceptara una entrevista en directo para un programa de la tarde. Se trataba de contar ese momento que estaban atravesando muchos otros bodegueros, con los pedidos parados, pensando en cómo reaccionar.
La entrevista con ETB -que reproducimos en un vídeo de tres minutos y medio– marcó un hito en su vida. Norberto habló de “Vender el vino vasco en Euskadi”, de acudir a las casas de la gente, de “Abrir ese mercado de cercanía”.
Con sus palabras tocó alguna tecla interior de los telespectadores vascos confinados por la pandemia en sus casas. Al terminar la breve conversación, Norberto Miguel tenía más de 250 mensajes de WhatsApp en su móvil.
“Me quedé anonadado. Me pedían vino desde todas partes de Euskalherria. Para llevarles mis cajas de vino tuve que comprarme una furgoneta, hacerme un plano, incluso un croquis de pueblos y caseríos que jamás había visitado». Se acabaron las lágrimas. Esa decisión le sacó del impasse… esas situaciones de difícil resolución en las que no se produce avance alguno.
En las siguientes semanas el bodeguero transportó su vino de Laguardia por todo Euskalherria. Viajando por un país “fantasma”, sin apenas coches, con todo cerrado, como si estuviera solo frente al mundo. De un umbral a otro, de puerta en puerta, creciendo en cada entrega.
Las lágrimas desesperadas, las palabras del bodeguero-viticultor serían el tango que los consumidores vascos estaban dispuestos a bailar. La vida también era una copa de vino, un hermoso brindis, un gesto de solidaridad, un canto contra la desesperanza.
“Nunca antes había llevado mi vino a Bilbao o Pamplona, ni a tantos pueblos y caseríos de Euskadi, Navarra o en cierta esquinita de la ciudad de Vitoria donde ahora tenía un pedido de 45 cajas. En seis meses había vendido toda mi cosecha”.
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