Titulado “Recordando alrededor del brasero”, el libro es un homenaje a Laguardia y su gente, dejando constancia de una época. “Soy cronista de historietas de Laguardia que no quiero que mueran”, ha dicho Antonio al Blog .
El libro está habitado de breves relatos, la mayoría ocupando la extensión de una sola página. Hay además una recopilación de canciones, romances, villancicos, refranes, noticias, apodos de la gente y diferentes poesías locales.
“Son recuerdos que provocan una sonrisa y una añoranza de tanta gente buena que vivió, o que vive, entre nosotros, que le han dado a Laguardia ese carácter acogedor, alegre e inconformista, que se ríe de sí misma, que parece pasar de todo, pero que, cuando surge la necesidad, sabe comprometerse y ser solidaria”.
Entre tantos relatos escritos para conseguir una sonrisa de lector@s, tomaré prestada la siguiente historia, titulada “Una de Donato”.
“Donato era un joven soltero de 65 años, recién jubilado del trabajo que durante muchos hizo en el silo del trigo, ubicado en el lugar que actualmente está ocupado por el edificio de la Mancomunidad de Rioja Alavesa
Una noche, después de cenar, Donato le dice la Jesusa, su madre:
-Madre, me marcho a dar una vuelta por ahí.
-Bien hijo, pero no vuelvas tarde.
-¡Madre, vendré cuando se me ponga en los cojones!
-Bien me parece, hijo, dice la Jesusa, pero ni un minuto más tarde.
La respuesta de Donato a su madre Jesusa se ha hecho tan famosa en el pueblo (viral como dicen ahora) que, cuando uno quiere decir que llegará cuando le da la gana, dice:
-¡Vendré a la hora de Donato!
Lo textos están determinados por su brevedad, dentro del género que podríamos llamar relato breve, pudiendo resultar, uno tras otro, el guión perfecto para un cortometraje de Crónicas de una Villa.
Hay en sus medidos relatos una primera exposición del personaje o la anécdota que se cuenta, para alcanzar el clímax en el último párrafo, como si el artilugio narrado fuera un cohete que se eleva por encima de los tejados de la muralla, para estallar suavemente en una sonrisa, dejando un poso en el lector, que en otros relatos acabará estallando en una sonora carcajada.
Aconseja Antonio que el libro no se lea de un tirón. Que se saboree como se hace con los vinos, de tal manera que se pueda mantener una sonrisa amable mientras se vayan leyendo todos y cada uno de sus contenidos.
En un libro de Laguardia no podía faltar una historieta de vino, como la titulada “Mejor vendemos la uva”:
“Al padre y a sus hijos, Juan, José y Martín, les gustaba el vino más que a los recién nacidos la teta.
Un mes de septiembre, en vísperas de vendimias, reunió a sus tres hijos en la cocina de su casa y les dijo:
-Hijos, me han aconsejado que no vendamos la uva, sino que hagamos vino, porque se gana bastante más dinero. Tenemos cueva, depósitos y mano de obra. Así que, este año, vamos a encubar.
Los tres hijos, a una sola voz, dijeron al padre:
-Bien, padre, como usted diga.
Pasó el año, llegó el siguiente septiembre y de nuevo el padre se reunió con sus tres hijos.
-Hijos, el año pasado os dije que íbamos a encubar porque se ganaba más. Pero visto lo visto, ya no vamos a hacerlo más en la vida. Mejor que vendamos la uva porque este año nos hemos quedado sin un real: ni hemos vendido la uva, ni hemos vendido el vino, porque nos lo hemos bebido.
Es hermosamente contradictorio, y muy curioso, que un libro celebrado, un susurro de añoranzas, la alegría de una memoria recopilada y escrita, alcance su cénit de emoción en unas lágrimas, contadas en el relato titulado “En recuerdo de mi madre”.
“Comienzo declarando que mi madre no era partidaria de que yo fuera a Misiones Diocesanas Vascas en Ecuador”.
Había escrito (mi madre) al obispo de Vitoria pidiéndole que me prohibiera marchar. Él le contestó que no tenía ninguna autoridad sobre mí y que yo era muy libre de tomar una iniciativa a la cual no podía oponerse”.
Mi madre -continúa- era una mujer callada, de palabra medida, y de las que sabe sufrir por dentro. El día de mi despedida preparó la maleta conmigo. Estaba serena, atenta, callada. Ningún consejo, ninguna recomendación. En silencio los dos”.
En el pasillo del segundo piso de la calla Mayor, número 38, nos dimos un beso y ella, sin una lágrima en los ojos, se quedó mirándome mientras yo bajaba las escaleras”.
Cuando ella entró en la cocina, subí de nuevo al piso, y allí la vi, sentada junto al fogón, llorando en silencio. Me acerqué a ella, nos dimos un fuerte abrazo, y, llorando, le dije:
.- Así quería verla, llorando mi marcha y aceptando mi decisión. ¡Gracias, madre!
No he hablado con Antonio de ese texto escrito en homenaje a su madre Rosario, pero le he imaginado en su casa llorando sereno al escribir esa parte biográfica de su pasado. Por aquellas lágrimas de entonces, por las lágrimas de hoy, ese breve relato es, en medio de una bandada de sonrisas, el corazón palpitante del libro.
Más diría. Ese episodio de la vida de Mijangos es el auténtico brasero del libro. El librito entero se calienta, suspira, respira desde la lumbre y la carpintería de ese pequeño motor de lágrimas. Hasta tal punto lo hace, que cuando uno cuenta el libro, se percata que esa pieza que acaba en un fuerte abrazo permanecerá en la memoria del lector para siempre.
“La poesía no necesita adeptos, sino amantes”, dijo Federico García Lorca.
Mirando de cerca y con hondura, la palabra poesía pudiera ser sustituida por la palabra vida. Algo parecido podríamos decir de Antonio en relación a su Laguardia natal, tantas veces recorrida intramuros arriba y abajo, por sus callejas solitarias, a veces, otras cantando la fiesta, o rezando en procesión. La villa, como Rioja Alavesa, necesita amantes de verdad.
Amantes que la escriban, la fotografíen, la recorran delante de una vaquilla, o a caballo, empujando una conversación, riendo y llorando. Elaborando vino, limpiando los aposentos, bromeando, volteando una bandera o sus campanas
Deteniéndose, Laguardia, junto al reloj de tu plaza, paralizado ante la policromía del pórtico de tu iglesia Santa María de los Reyes, estallando con los cohetes por encima de tus vetustos edificios. Y abrazando al humano que va, como Jorge Manrique, camino de la Mar. Porque a veces los abrazos de los seres queridos serán buenos compañeros para el resto de nuestra existencia.
Que no falte ninguno de los dos ingredientes, ni el regocijo, ni la cercanía afectuosa de la gente. Esas personas que habitan los pueblos, que se encaraman a nuestra memoria. Esos seres humanos de los que un día los libros hablan. Libros que sólo sirven para sonreír y recordar. Casi nada. Casi todo.
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Quiero ese libro, necesito ese libro; necesito que siga escribiendo D. Antonio, él y todos los viejos sabios de la Comarca. Vergüenza que se lo tenga que auto editar. ¡Chapeau Antonio! Mil gracias.
Muchas gracias, Miguel
Quien tiene una vida intensa, tiene una memoria igual que compartir. Estará fenomenal un libro en el que parece se unen historia personal e historia de comarca. Enhorabuena al autor!!!!
Muchas gracias, Rafael
Qué se puede decir después de leer con calma el artículo. El autor, entrañable, con un libro en las manos. El periodista que impulsa el libro, y la Comarca entera, ha escrito un texto maravilloso. Su obra no deja de crecer. Zorionak!!!
Eskerrik asko, Ainara
Buenas tardes, Don Antonio.
Mi familia materna es de Lapuebla de Labarca, yo he nacido y vivo en Madrid, pero aquello es mi tierra y la echo de menos a morir.
¿Cómo podría conseguir un ejemplar de su libro?
Infinitas gracias, un saludo.
Muchas gracias, Teresa
Qué jubilación más aprovechada, mi querido Antonio. Hay personas que el mayor empeño en su etapa «no productiva» es ser felices sin más, y otras se dedican a ser felices haciendo felices a los demás. Este es el caso de nuestro querido amigo laguardiense Antonio Mijangos, ciudadano del mundo. Espero que este sea el primero de otros muchos, con recuerdos de todos aquellos lugares donde tu vocación te llevó al lado de los más necesitados y con los que anduviste la misma senda. Haznos felices muchos años.
Muchas gracias, Eduardo
He sonreído con las dos pequeñas historietas, pero he llorado con ganas -qué bien sienta- con el viejo recuerdo con la Rosario y el remate de Julio con tan poéticas palabras. Ay con estos chiguitos de Laguardia. Encantado con don Antonio y con esta joya de blog
Muchas gracias, Aguilera
Todos los pueblos deberían tener sus recuerdos escritos alrededor del brasero.
Y ya puestos a pedir, todos los pueblos deberían tener su Antonio Mijangos.
Muchas gracias, Arene
Este libro es una extensión del corazón de Antonio, y como todo libro, la eternidad de quien lo escribe. Gracias por las sonrisas, y por las lágrimas también. Porque de todo se compone la vida. Enhorabuena al escritor de este artículo, porque es imposible no querer tener ese libro entre las manos y el pecho, después de leerlo.
Abrazos desde el Sur.
Muchas gracias, Sole
No me sorprende para nada que el Padre Antonio Mijangos haya publicada este entrañable libro. Él es de una memoria amplia y lúcida de las costumbres, cultura, sin sabores y alegrías de Laguardia.
Alguna de las cosas que se adelantan en la entrevista con Julio, las conocía, leeré con ahínco el libro del brasero puesto que estoy completamente seguro de que me lo pasaré bien, recordaré cosas de cuando yo era pequeño y otras muchas aprenderé.
Tan sólo, Padre Antonio, decirte que seguramente no podré seguir tu sabio consejo de leerlo despacio, con calma, saboreándolo… Lo haré a mi manera, aún sabiendo que no será la mejor. Lo leeré de un tirón, seguro…, pero lo volveré a leer más despacio, deteniéndome en todo lo que nos cuentas y deleitándome con la escritura de tu querido libro.
Gracias Padre Antonio por tu generosidad.
Un enorme abrazo.
PL.
Muchas gracias, Pedro
Yo también tengo muchas ganas de leer el libro de Antonio.
Seguro que a través de sus historias y sus recuerdos, su lectura nos dejará un poso de conocimiento, de cariño, y de amor a nuestra tierra.
Para querer algo hay que conocerlo, y Antonio nos puede dar clase de conocimiento y sabiduría.
Muchas gracias, Fernando
Estupenda iniciativa la de este libro.
Muchas gracias, Borja
Amigo Antonio, creo que nos veremos en breve. Será entonces cuando empiece a disfrutar del manjar que has preparado. Estoy convencido que voy a saborearlo un montón, recordando algunas de las muchas anécdotas, y también dichos de Laguardia, que he tenido la suerte de escuchar. Te confieso que tengo una curiosidad particular (casi insana…) por saber si cuentas la anécdota -y, en caso afirmativo, conocer cuál es la «jaculatoria final» con que la cierras- de aquella vecina de Laguardia (de cuyo nombre no me acuerdo) que, siendo su cumpleaños, se acercó a oír misa -supongo que en agradecimiento al Dios de la vida- y tuvo que escuchar -finalizando la misma- de quien la presidía (no creo que le resulte al lector muy difícil saber quién la presidía…) la siguiente «monición de despedida : «Hoy es cumpleaños de XXX. Estáis todos y todas invitados a café en el bar de enfrente …».
¡Zorionak, Antonio, por esta criatura, cargada de sabiduría y amor a la tierra que te ha visto nacer y a la que, a pesar de tus años, amas con la pasión de un adolescente!
Muchas gracias, Jesus
Yo también lo estoy leyendo a la noche en la cama y me resulta «muy simpático y relajante». Gracias Antonio ….??
Muchas gracias, María
Compraré el libro en cuanto llegue a Laguardia. Seguro que pasaré un buen rato leyéndolo y animo a los más mayores a que cuenten sus recuerdos y experiencias para enriquecer la historia del pueblo.
Gracias, Ane Miren
Cuando tenemos unos años, parte de nuestro tiempo discurre entre recuerdos y disfrutamos muchísimo cuando estamos con gente con quien poder compartirlos. Será un gran placer y una Alegría participar de los recuerdos de Antonio, por su experiencia de vida y su sentido del humor, seguro que son muchos y entrañables. Estoy deseando recorrer esas páginas.
Muchas gracias, Rosario
¿Y dónde podemos conseguir esa joyita? Porque necesito leerla, ya.
¡Qué lujo tener a Antonio Mijangos en Laguardia! Le deseo muchos años, mucha salud y que nunca se le vayan las ganas de compartir en sus escritos todo el tesoro de sabiduría que sabe transmitir con su natural sencillez y su palabra justa. Gracias don Antonio por seguir conservando la memoria de esta Tierra maravillosa.
Muchas gracias, Marijo