En este pueblo de Moreda, en Rioja Alavesa, hay un fotógrafo con mirada de etnógrafo que contempla el paisaje nevado. Es un paisaje de viña y olivo, un paisaje modelado por la historia, un paisaje que él conoce de toda la vida y que, sin embargo, observa por vez primera, con la emoción de la primera caminata, con sus ojos grandes de niño.
Paso a paso, el etnógrafo va pisando la nieve, respirando el aire, sin dejar de hacer fotografías. En la colina del Somo, al pié de una viña permanece el centinela silencioso, habitando el paisaje en el primer sábado de diciembre, acentuando el carácter de un paisaje cultural abrazado por la nieve que, poco a poco, se derrite sobre la piel de la tierra.
Unos niños que subieron de Logroño a pisar nieve en Moreda dejaron ayer sábado este muñeco en el término del Somo, realizado entre un olivo y una vid. El cuerpo y la cabeza es de nieve apelmazada. Su pelo de hierba, con un palo de sarmiento como nariz, un palo de olivo curvo como boca, que por ojos tiene dos verdes olivas.
El muñeco sonríe. El paisaje y la tierra nevada sonríen… Ahhhh, la viña y las cepas suspiran.
Mirando ese muñeco, podemos decir que «no hace falta tener juguetes sofisticados para jugar y divertirse». Eso precisamente se dice el etnógrafo. «Se puede ser creativo con un manojo de hierba, dos palos, dos aceitunas y dos bolas de nieve. Toda una lección de creatividad con las cosas que nos regala la madre naturaleza».
¡Qué no hará el campesino con esta tierra. Qué no hará con esta viña, con estas cepas. Qué no hará con sus uvas y sus olivas!
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Crescencio Cenea se quedó viudo joven, no tenía hijos y se fue a vivir con su hermano Miguel, también viudo y sus cuatro hijos.
Músico de la banda, republicano, tenía muchas habilidades, labrador, hortelano, hacia los mejores filochos, las sopas más finas de pan para hacer las sopas de ajo, por estas fechas nos hacía las zambombas que con su carricio acompañábamos los villancicos.
Su gran memoria sobre los lindes de las fincas, la Venez de las bodegas, los nombres de los términos le convirtieron en un albacea excepcional de muchos testamentos.
Mi abuelo nos daba de paga una peseta de papel y él como tío abuelo nos daba dos reales. Éramos muy afortunados.
Nosotros somos afortunados de tenerte. Muchas gracias, Victoria. Se escucha la zambomba y, casi casi, los villancicos. Abrazo.
Pero qué bonitooo. Y esa última foto que no se sabe si es la cola de un pavo real bajo la nieve o la de la más maravillosa de las novias…
A mí esos chozos me tienen enamorada. Me recuerdan a la protección de un juego cuando para salvarte decías: ¡casita!!
Muchas gracias, Karmele. Lo has tomado como lo que es, un cuento de Navidad que nos toca el alma. Saludos