Un prehistórico halo de misterio acompaña la existencia del dolmen de San Martín… como si los dólmenes precisaran acaso de un mayor enigma del que ya poseen.
Durante las excavaciones apareció una pieza que registra mil años más de antigüedad que el resto. Se trata de un ídolo espátula femenino. ¿Se conservó durante mil años para abandonarla finalmente en un sepulcro? ¿Se levantó el dolmen de San Martín sobre un depósito funerario anterior?
Javier Fernández Eraso *
Este enigma acompaña al dolmen más cercano a la villa de Laguardia, que toma su nombre del topónimo del lugar donde está enclavado, sabiendo además que Martintxo es un personaje importante en la mitología vasca (robó el cultivo del cereal y la fabricación del hierro a los gentiles, seres legendarios de los que escribió don Jose Miguel de Barandiaran).
A todo esto debe añadirse que durante su excavación, llevada a cabo por Barandiaran, Fernández Medrano y Apellániz, fue seguido por la comunidad científica con gran expectación al haber sido el primer lugar en España en el que pudo contemplarse una estratigrafía (capas de varias sedimentaciones en un yacimiento).
El dolmen se localiza en el término de Laguardia. Se encuentra junto a la carretera A-124 que une las localidades de Samaniego y Laguardia entre los kilómetros 62 y 63. Dispone de un pequeño aparcamiento y de un panel explicativo.
Fue localizado en abril del año 1956 por José Miguel de Barandiaran y Domingo Fernández Medrano y fue descrito como un “túmulo de 16 metros de diámetro y 4 de altura fabricado con arenisca local. En su parte central se ven seis losas laterales de la tumba dolménica».
La situación de las losas señalan la forma y las probables dimensiones del monumento. Este sería primitivamente un recinto poligonal, que medía 3’5 m. de largo y 2 m. de ancho, con un corredor de largo casi 5m. y ancho de 1’50 m.
«Como las losas están metidas en el galgal, no hemos podido medir su profundidad, por lo que en el croquis sólo figuran los extremos que descuellan sobre aquél; es decir, las partes visibles”. (Barandiaran; Fernández Medrano, 1958).
La excavación se realizó entre julio y agosto de 1964 por José Miguel de Barandiaran, Domingo Fernández Medrano y Juan Mª. Apellániz. Esta actuación arqueológica tuvo una gran resonancia a nivel del Estado.
Como ya he indicado en algún momento, el ritual funerario practicado en el interior de los dólmenes consistía en la deposición del cadáver en la superficie del recinto cameral acompañado de un ajuar.
Para este fin se desplazaba a los lados de la cámara los restos de huesos de difuntos anteriores y del ajuar que les acompañaba. El resultado es que huesos y ajuares aparecen mezclados resultando imposible agruparlos de manera similar a como fueron depositados.
En el dolmen de San Martín se localizaron dos losas caídas en el interior de la cámara que separaban dos ocupaciones diferentes en el tiempo y cultura, neolítica la inferior y calcolítica la superior.
“En ella (la cámara) las remociones del relleno no han podido mezclar la tierra de la base con la de arriba. Las grandes losas laterales caídas hacia el interior en tiempos en el que el monumento era utilizado como sepultura, separan los huesos y el ajuar de los depositados allí; tal accidente no impidió que la cámara fuese empleada para nuevas inhumaciones durante largo tiempo, sin duda porque la cubierta continuaba en su sitio apoyada en otros ortostatos que todavía se mantenían en su lugar.” (Barandiaran; Fernández Medrano 1964).
El resultado de esta intervención fue la exhumación de un sepulcro de corredor formado por túmulo, cámara y corredor. La cámara, poligonal, está formada por diez ortostatos y mide cinco metros de largo por tres de ancho.
El corredor lo conforman cinco ortostatos y tiene unas dimensiones de cuatro metros de largo por 1’5 metros de ancho. Hacia la mitad del corredor se conserva un dintel, el único de todo el conjunto.
El túmulo, constituido por tierra y piedras de arenisca local, está muy deformado por labores agrícolas tanto en planta como en altura, de manera que en su parte norte ha desaparecido casi totalmente. Las dimensiones, en la parte conservada, son de veintiséis metros por catorce y presenta una altura de dos con quince metros.
Este túmulo, con toda probabilidad, estuvo rematado por una coraza de piedras blanca, calizas del cretácico procedentes de la Sierra de Cantabria. Tal suposición se basa en que algunas de las piedras visibles en el túmulo actualmente son de ese tipo lo mismo que varias de las que conforman el chozo construido en él y apoyado sobre los ortostatos del noroeste de la cámara.
Es esta una práctica que se ha podido constatar en otras construcciones megalíticas de la misma Rioja Alavesa (La Chabola de la Hechicera, El Alto de la Huesera) y que resulta una práctica común en este tipo de arquitecturas funerarias.
El ritual funerario practicado en el interior de esta arquitectura funeraria es el de inhumación por deposición del cadáver en la superficie de la cámara. En este dolmen se exhumaron restos de al menos 21 individuos.
En el nivel superior se recogieron fabricados en sílex tres láminas simples, dos laminitas y dos puntas con retoques marginales, tres puntas de flecha con pedúnculo y aletas y el pedúnculo de otra, tres triángulos, dos raspadores, cuatro denticulados y una esfera. Un hacha pulimentada, una barra de ocre, un cubo de pirita, una cuenta de calaíta, un fragmento de anillo de piedra blanca y treinta y cuatro lascas informes de sílex.
Además de catorce botones hemisféricos con perforación en “V” fabricados con hueso, una chapa de cobre y un puñal de bronce, y finalmente siete fragmentos de cerámica campaniforme tipo ciempozuelos, dos incisos, uno con impresiones y varios fragmentos lisos.
El nivel inferior estaba comprendido entre los 190 cm y la tierra de base bajo el ortostato caído. En la industria lítica, dos cuchillos, dos láminas, treinta y dos lascas, dieciséis triángulos, dieciséis trapecios, dos raspadores, cinco denticulados, un perforador, una raedera, un cristal de roca de grandes proporciones tallado en forma de raspador de pezuña o pata de cabra, cinco hachas y cinceles pulimentados y dos fragmentos de hacha de ofita, una cuenta de calaíta y un cristal de roca.
Además se hallaron trozos de cerámicas lisas y uno decorado con bandas. Lo más destacable del ajuar recuperado en este nivel son seis fragmentos de huesos decorados que se corresponden a cuatro ídolos espátula. Uno de ellos, señalado con los números 1 y 1B de la figura 9, se ha interpretado como una representación femenina, ya que presenta en la zona superior dos abultamientos identificados como senos.
Estas piezas se fabrican sobre tibia de ovicaprino y su interpretación resulta complicada. En algunas ocasiones se ha querido ver en ellas espátulas con las que espolvorear con ocre el cadáver recién inhumado con lo que tendrían una función determinada dentro de un ritual funerario.
Durante el proceso de excavación de la cámara se localizaron tres pequeñas estelas de arenisca al lado oeste de la cámara cubiertas por la gran losa caída, motivo por el que aparecieron rotas por su base.
Según la descripción que se hace en la memoria de excavación “debieron estar enhiestas primitivamente, enfiladas de sur a norte y casi contiguas, como tres estelas que presidieran a los inhumados en la primera época”.
Las dimensiones de la más completa son de setenta centímetros de anchura por setenta y cinco de altura y quince de espesor. El significado de tales estelas resulta difícil de entender pero los mismos autores proponen un significado:
“Si queremos atenernos a la etnografía del País para tratar de conocer el papel desempeñado por tales piedras en una tumba, diremos que nuestras estelas representan divinidades a las que estaba encomendada la suerte de los difuntos cuyos cuerpos habían sido allí depositados” (Barandiaran; Fernández Medrano, 1964).
Las dataciones radiocarbónicas que, hasta la actualidad, se disponen para el dolmen de San Martín se obtuvieron en tres etapas diferentes y por equipos distintos. La razón de esta manera de actuar radica en un problema que surgió en el depósito de materiales arqueológicos.
Los huesos procedentes del dolmen comenzaron a tener moho y, para evitarlo, se iban a introducir en un producto que si bien terminaría con esa infección podía alterar seriamente el colágeno contenido en los huesos y, por tanto, inutilizarlos para su análisis mediante C-14.
La primera muestra, sobre hueso humano, se publicó en 2009 (Galilea, 2009) se realizó en el laboratorio Beta (Miami, USA). Ante la imposibilidad de datar nuevos restos se decidió analizar los objetos de hueso que formaron parte del ajuar funerario y que estaban expuestos en las vitrinas del museo BiBat, las muestras se enviaron también al laboratorio Beta.
Por último las últimas muestras de hueso humano se enviaron a la universidad de Oxford pues había desarrollado un sistema que podía eliminar las sustancias que podían alterar la composición del hueso (Fernández-Eraso; Mujika-Alustiza; Fernández-Crespo; 2015).
Los resultados se recogen en el siguiente cuadro:
De esta manera se pueden separar dos series diferentes. Por un lado las dataciones obtenidas sobre hueso humano y, por otro, las realizadas sobre artefactos manufacturados en hueso.
Los restos humanos se sitúan siempre dentro de un Neolítico final (4900 años desde el presente), de donde se puede deducir que todos pertenecen al nivel inferior. Los artefactos presentan un problema peculiar. Se enviaron a datar cinco muestras pertenecientes a cuatro ídolos-espátula y aun punzón. Dos de las espátulas (números 2 y 4 de la figura 9) no contenían colágeno por lo que su datación no era posible.
El punzón (4650+30BP) se corresponde a etapas claramente calcolíticas y se recuperó en el corredor. Pero los resultados obtenidos para los otros dos ídolos-espátula 1B y 3 de la figura 9) fueron totalmente inesperados. La espátula número 1 entregó una datación de 5920+ 40 BP lo que la sitúa en un periodo antiguo dentro del Neolítico.
De igual manera el ídolo-espátula número 3 proporcionó una data de 5380+40 BP lo que se corresponde con una fase media dentro del Neolítico.
Sin embargo en esas fases tan tempranas no se conocen, por esta zona, arquitecturas dolménicas. Algunas de las dataciones obtenida en el sepulcro de Los Llanos (Kripan) (5190+120 BP) se acercar a la obtenida para la espátula número 3. Pero la data de la pieza número 1 queda totalmente descolgada.
Resulta muy difícil proporcionar una explicación a este hecho. En otros lugares la conservación de algunos objetos o partes de cuerpos se han venido interpretando como reliquias, pero siempre dentro de un espectro cronológico estrecho. En San Martín si admitiéramos esta hipótesis tendríamos que hablar de un objeto que se guarda durante más de un milenio y que de pronto se abandona en el un sepulcro, y esto no parece factible.
Otra posibilidad sería que el artefacto esté trabajado aprovechando un hueso antiguo, de mil años, sin embargo un hueso viejo es muy difícil de trabajar y por lo general se exfolia y rompe con facilidad. Por el momento la única explicación que puede resultar verosímil es que el sepulcro estuviera levantado sobre un depósito funerario anterior y que se conservara en la nueva tumba.
En alguna ocasión ya he comentado que existen ciertos lugares que tienen un carácter mágico o sagrado y que eso podría explicar el levantamiento de templos sobre otros anteriores de diferentes creencias, o el enterramiento en dólmenes en épocas muy posteriores a su levantamiento, como en el caso del dolmen de El Sotillo. Si esto fuera así el sepulcro de San Martín se habría levantado en un lugar arraigado en una tradición de carácter sagrado.
En el dolmen de San Martín solamente se ha practicado la restauración efectuada al finalizar la campaña de excavación. Consistió en el afianzamiento y reposición en su emplazamiento original de las losas caídas en el interior de la cámara, la colocación de morteros entre los ortostatos y la sujeción del único dintel que, en el corredor, mantenía su ubicación primigenia.
Por las dataciones obtenidas en los huesos de los individuos allí inhumados, todo apunta a que el dolmen se levantó a finales del Neolítico, en un pequeño altozano que poseía un carácter sagrado. El dolmen colapsó en una etapa indeterminada entre finales del Neolítico y comienzos del Calcolítico de manera que dos de las losas que conformaban la cámara cayeron a su interior.
Según apuntan Barandiaran y Fernández Medrano este colapso no ocasionó el abandono del lugar porque posiblemente la cubierta se mantuvo en su sitio. De esta manera se continuó enterrando en el mismo lugar. A finales del Calcolítico o comienzos de la Edad del Bronce (3500 años desde el presente) el dolmen fue definitivamente abandonado.
*Catedrático de Prehistoria. Colaborador Honorífico de la UPV/EHU.
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Me encantan los dolmenes, y esta serie del Blog. Frente a lo que pareciera, yo los veo llenos de vidas e historias. Muchas gracias, por vuestra entrega, por todo lo que contáis
Muchas gracias, Begoña Tudela. Un cordial abrazo
Pienso que pudiera hacerse, con todo esto, una serie documental… incluso una película sobre aquellos tiempos prehistóricos… Ver aquellas cosas que perduran años después. ¿Es una locura mía?
Pues vivan las locuras. Si no se pensaran, nada se haría. Muchas gracias por escribir locuras necesarias. Abrazos
Lo restos humanos encontrados en el dolmen San Martín, según nos informa el catedrático, se «sitúan siempre dentro de un Neolítico final, 4900 años desde el presente». Al leerlo siento un cierto vértigo. Miles de años, cuarenta y nueve siglos. Ahí han permanecido los restos de aquellos en los dólmenes de Rioja Alavesa, hasta hace apenas unas décadas. En pequeños sepulcros de enormes piedras. Así que observo una de esas piedras enormes, como si fuera una losa gigante, y me da que pensar. No parece tallada. Si la piedra hubiera tenido marcas, el señor Fernández Eraso nos lo hubiera dicho. Ella era y es una marca en sí misma. Nos estaba contando algo que ha perdurado miles de años. Esa piedra es una crónica del pasado remoto. ¿Una crónica aún abierta a nuevas interpretaciones? Vértigo y emoción. Es lo que siento
Muchas gracias, Santi Solano. Saludos cordiales.
¿Está La Rioja en España? ¿Tendrá que ver el apellido Rioja de mi madre y el apellido Bilbao de la madre de ella con estos dólmenes?
Muchas gracias, Ada Rojas. A la primera pregunta, sí, La Rioja es una de las autonomías del Estado español. Linda con la comunidad autónoma de Euskadi, donde se encuentra Rioja Alavesa, así llamada porque pertenece a Álava y, por tanto, a Euskadi, separada físicamente de La Rioja por el río Ebro, frontera natural que viene a ser el segundo río más largo de la península ibérica, tras el Tajo. La Denominación de Origen Calificada Rioja se extiende por tres autonomías, parte de La Rioja, parte de Euskadi y parte también de Navarra.
La otra cuestión es más difícil de contestar. Como usted sabe, Rioja es también una región argentina. Y ‘Bilbao’ hay muchos por el mundo. Si me permite la broma, los de Bilbao nacen donde quieren… Creemos -lo he consultado con el catedrático Fernández Eraso- que ni un apellido ni el otro tienen nada que ver con estos dólmenes. Pero la curiosidad y el conocimiento tiene que ver con todas y todos.
Saludos cordiales.