Lola López de Lacalle *
Me gusta imaginar que alguien mueve un invisible cordel atado a la esfera solar y que a poquitos, lo va soltando hasta hacerlo desaparecer en el horizonte. Un rayo anaranjado asoma entre las crines del caballo de algodón en que el astro se oculta y tinta de amarillo sus orejas, creando un divertido efecto óptico.
Varias golondrinas posadas en los hilos del tendido eléctrico, nos regalan la melodiosa cadencia de sus trinos. Intento identificar en sus gorjeos la inflexión de una declaración amorosa, o la modulación cortante de un mensaje cruel. Pienso en el poder de las palabras; bellas y despiadadas, en la entonación con que las vestimos.
Una punzada amarga se me clava en la boca del estómago. Ese camino conduce a la tristeza, así que vuelvo a posar el pensamiento en las golondrinas: ¿Identificarán los colores de piel de la gente con que se cruzan? ¿Qué radar las guía para hacerlas regresar al lugar dónde construyeron sus nidos?
Sonrío al recordar las palabras de mi padre: “Tienen querencia por los pueblos, a pesar de recorrer miles de kilómetros y atravesar dos continentes sin brújula, todos los veranos vuelven a los pueblos que han conocido, donde hicieron sus nidos”. Mi percepción de las golondrinas acaba de cambiar. Confusa aún por estas reflexiones, busco con ahínco un sinónimo de inteligencia.
La carretera se ha convertido en un largo y estrecho pasaje que discurre entre viñedos, me deslizo por una geografía reconocible y amable, que me regala su frescor, transportándome a épocas apenas esbozadas en mi memoria, pero cinceladas a fuego en el corazón.
Los granos de uva aún no han cambiado de color. El envero no ha comenzado. Me gusta esa palabra. No la conocía, sin embargo, cuando la escuché por vez primera, jugué a deslizarla entre mis labios y pronto la hice mía, como tantas cosas de esta tierra, que aguardaban adormecidas a que un genio amable y socarrón las despertara.
El atardecer envuelve al viejo galeón varado, las primeras sombras diluyen la nitidez de sus torres y almenas, como si se hallaran cubiertas por un velo. Estoy en el mismo lugar en el que Blanca paró el coche y lloró cuando regresaba a despedir a la abuela Paulina. Siento la tentación de hacerlo, sin embargo, no tengo motivos para llorar, yo no vuelvo a despedir a nadie, sino a reencontrarme, y a pesar de la inquietud, no hay razón para el llanto.
Abandoné Laguardía feliz, aquel lejano 26 de Mayo, tras la presentación de “Melocotones de Viña”.
RECUERDO aquel día lleno de emociones, pero sobre todo, impregnado de una dicha tranquila, sin altavoz, que guardé para mí y los más cercanos, centrada como estaba, en mantener a raya la emoción, que por momentos se me enganchaba al corazón y amenazaba con atenazarme la garganta. Lo último que deseaba.
Tenía que hacer una presentación digna, a la altura de los amigos y vecinos de la villa que se acercaban a la casa Garcetas, y de los que desde Bizkaia me acompañaban, y también, cómo no, de las expectativas que todo aquel revuelo había generado. Así que me vestí con un ligero traje de profesionalidad, al que añadí toda la alegría que llevaba conmigo y no tardé en sentirme cómoda. Eso sí, evité mirar a la primera fila, dónde mi familia y especialmente mi padre, bregaba con una emoción orgullosa, que le cuajaba los ojos de lágrimas.
Tener cerca de mí a un ramillete de personas, que llevaban semanas trabajando para que todo saliera bien y que entraban y salían de la sala, con el gesto seguro de quien sabe lo que hace, mientras lo comprueba todo, me infundió seguridad. Nunca, por mucho que me guste jugar con las palabras, encontraré el vocablo que se ajuste al sentimiento de gratitud y cariño que siento por ellos.
Sé muy bien lo que sucedió después, no me permití perderme en nebulosas, ni en borracheras de sentimientos: Me divertí en la presentación, la charla con Ana y Alex, en la que no faltaron bromas, fue cordial y distendida. Aunque creo que hubiera dado igual, después de que Zaida cantará la “Jota de los Herreros”. ¡Qué chorro de voz! ¡Cuánto sentimiento!
Pasado el trago y tras un par de parpadeos mal disimulados y mantener, durante unos segundos, la mirada errática por las piedras del imponente salón, volví a reunir el temple necesario para desatar el nudo que trenzaba mis cuerdas vocales.
Fui feliz con el sentimiento de cercanía que me inspiraba aquella gente, a la que a pesar de no haber puesto cara, desde siempre conocía. Los saludos, las felicitaciones, las dedicatorias, volvieron a llenarme de paz. Hubo sonrisas, abrazos, gozo, paz y más paz. No tenía prisa, no quería irme, me hubiera quedado allí, charlando con los amigos que acababa de conocer, con la familia que se presentaba, y con la que ya conocía, con aquella gente que me recibía como UNA DE LOS SUYOS.
Han pasado dos meses y no he vuelto desde entonces, y aunque sé que son muchos los que han leído la novela y la han elogiado, no puedo dejar de sentir cierta inquietud: ¿Se habrá sentido alguien ofendido por cualquier afirmación vertida? ¿Habrá creído otro alguien reconocer o reconocerse en algún personaje? ¿Les habrá parecido petulante y falto de sentido la forma en que está escrito? ¿ …?
Despierto cuando apenas ha amanecido, salgo al balcón y me esfuerzo por encontrar un pico de la Sierra, la pared de pinos que circunda el hotel, me lo impide. Entre dos copetes verdes atisbo una peña blanca. Bajo al jardín, apenas son sombras. Me calzo las zapatillas y camino hacia el “Prao de la Paul”. Me cruzo con un joven que hace deporte:
“Oye, que Enhorabuena, que me ha gustado mucho tu novela”.
Le doy las gracias, aunque en realidad me hubiera gustado plantarle un sonoro beso.
Alguien levanta el velo que ayer cubría la sierra. El sol comienza a dorar sus crestas. Camino ligera, por un momento me entran ganas de correr, pero me contengo. Estoy frente a la viña de la abuela Paulina, la que Sofía regaló a Blanca y vuelvo a sentir el aliento de esas mujeres junto a mí. ¿Es que solo yo puedo sentirlas? ¿Nadie más las ve?
Me hundo en la tierra. Respiro hondo. Cojo un puñado entre mis manos. También es mi tierra.
*Escritora. Autora de la novela Melocotones de Viña.
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Yo ya amaba Laguardia.
Lola, has conseguido que también sienta el aliento de esas mujeres.
Gracias, Idoia Gardeazabal. Saludos!
Laguardia inspira, novelas, mujeres, arquitecturas, vinos. Y al parecer Viñedos de Palabras. No se puede pedir más. Y viajes, y pinturas, y música… Laguardia inspira
Agradecimientos, también eso inspira Laguardia. Muchas gracias, Txiki. Y Saludos con mayúscula inspira.