El carro del que quiero hablaros no ha sido capitaneado por Julio César o Ben-Hur, no tiene el glamour de Hollywood en sus entrañas, no, no fue diseñado para competir en las carreras del Coliseo de Roma. No. Se trata de un carro trabajador que ahora descansa merecidamente para siempre.
Julio Flor / Rioja Alavesa.
Lo fotografié tras la llegada de una primavera que ha provocado una ola de suspiros, un tropel callado de pámpanos en las viñas, junto con la algarabía de los vencejos, el aleteo de las primeras hojitas en las cepas y la llegada del rojo susurro de las amapolas flotando en el aire.
El viejo amigo de los viticultores duerme a la intemperie en su particular cementerio, improvisando un monumento al carro desconocido. Quizá el último de entre los suyos. Fue tirado en su día por dos mulas, y luego transformado para ser llevado por un tractor…
Hace tiempo que lo retiraron de la circulación, después de rodar y rodar por los viejos caminos acarreando comportones de vendimia, cereal… y uva a granel bajo aquella lona azul.
Seguramente llevó troncos de árboles en su seno, aperos de labranza, corazones de campesinos, familias enteras, naturaleza a manos llenas, buenas comidas y un gran vino para celebrar la vida al aire libre…
He cerrado los ojos y le he visto cruzar tan vacío como pesado bajo el Toloño, haciendo sonar sus maderas junto a los cascos de las caballerías que lo llevaron por los ondulantes caminos de la Comarca.
Este carro de hondos recuerdos yace hoy con sus maderas despintadas entre zarzas y cepas arrancadas que lo cantan, sabiendo que él solo acarreó fragancias de cosechas enteras en un continuo ir y venir… hasta que su tiempo se acabó.
Ah, amigo de ruedas de goma y maderas de verde esperanza, te has quedado definitivamente quieto, roto, oxidado, esperando el desguace final, en un improvisado campo entre bodegas y casas, en el barrio El Otero de Labastida.
VETUSTA SIERRA, la eterna, la única triunfante y victoriosa.
Si pudiera, aligeraría tu carga de escombros para llevarte a dormir en el campo bajo las ramas de un árbol, rodeado de viñas y trigo verde, con un banda de pajarillos, mientras un rebaño de ovejas haría sonar sus campanillas, con una yegua bretona comiendo heno a tu lado.
Si pudiera, ah, te devolvería a la vida esta Semana Santa para que siguieras cosechando auroras, rogando con tu traqueteo una plegaria por la Comarca, rezando con tu vaivén una saeta al nazareno admirable que nació en Belén.
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Original manera de contemplar las cosas, ensalzando a los objetos humildes de los que se han rodeado los agricultores. Si cantamos la humildad de un carro, cómo no cantar a la tierra que cultiva, cómo no hacerlo con el ser humano.
Gracias por verlo de esta manera, Jon.
El hijo del Carpintero se rodeó de pescadores, entregando su corazón a los humildes de la Tierra. Me ha hecho reflexionar que en Semana Santa se cante a un carro campesino retirado de la circulación, en un diálogo con las cepas arrancadas del viñedo.
Gracias, Antton
En estas líneas veo el paso del tiempo. Nosotros y el Carro frente a la Sierra. ¿Es eso?
También es eso, Begoña
Tienes un ojo clínico y original. Lo digo por el reportaje del carro campesino de Labastida. Simplemente excelente pues nos paseaste durante un montonal de años por la Comarca. Se agradece mucho.
Gracias, Alfredo