Entre otras muchas sorpresas que me ha dado y sigue dando el III Premio Solar de Samaniego, no fue la menor el reencuentro con el paisaje de la Rioja de Álava, que frecuenté en mi juventud, y donde, ante el Toloño –que no se había puesto la bufanda ese día–, volví a sentirme reconciliado conmigo mismo.
EL NOVELISTA Rafael Reig interpreta para el Blog su particular «beber entre líneas».
Rafael Reig*
El paisaje es un invento reciente. Antes había campo, monte o mar. A nadie se le había ocurrido nunca subir a una montaña sin una finalidad práctica, hasta que lo hizo Petrarca en 1336, cuando subió al Mont Ventoux, impulsado únicamente por el deseo de mirar desde la cima de un lugar tan alto (sola videndi insignem loci altitudinem cupiditate ductus).
RAFAEL REIG el día que recibió el Premio por su novela en Rioja Alavesa.
A los montes antes se iba sólo a por madera, a crucifixiones o para planear un ataque. Incluso en la pintura el paisaje figuraba como fondo, detrás de las figuras, y su aparición como protagonista de cuadros es tardía, hacia el XVII, con los pintores flamencos. En la literatura sólo se utilizaba de forma idealizada y convencional: el huerto del amor, las montañas de la desesperación, el mar de las aventuras y poco más.
Parece razonable pensar que, para que un campo o un monte o un mar se conviertan en paisaje, es necesario que sean contemplados por alguien que no viva allí. En el campo, el monte o el mar, no verá un paisaje ningún labrador, leñador o pescador. En otras palabras, paisaje es lo que se ve al pasar por la ventanilla del tren. El viajero es el que ve un viñedo y un monte y lo convierte en paisaje, porque no es su lugar de trabajo. Así que es el observador el que lo pone todo. A unos el amanecer les da tristeza y a otros –como es mi caso– una inesperada alegría.
«TODA Rioja Alavesa es paisaje», dice el escritor en su Viñedo de Palabras.
Como no vivo en Álava, para mí toda Rioja Alavesa es paisaje. La visión de la Sierra de Toloño desde Laguardia me reconcilia conmigo mismo. Lo que más me gusta es, sin embargo, ver ponerse el sol sobre un viñedo. La luz declinante convierte las vides en hogueras, y a mí me hace sonreír; amortigua el impacto de la realidad y me convence de que, aunque no me lo parecía hasta entonces, la vida es en realidad tan sencilla como misteriosa, y que basta con la buena voluntad para que todo sea fácil.
Como en el paisaje, en la vida es uno el que lo pone todo. Si estoy bebiendo un vino –como suele ser el caso–, frente a un viñedo encendido como un ascua en el ocaso, siempre recuerdo que, como decía Kafka: la alegría es nuestro deber diario.
*Novelista, librero y profesor de literatura. Ganador del III Premio de Novela Bodegas Solar de Samaniego, con la obra “Señales de humo. Manual de literatura para caníbales I”.
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La alegría es nuestro deber diario. Un abrazo desde el Sur.
El Sur, paisaje de tantas emociones… la alegría, una de tantas, de buena cosecha, de adentros. Muchas gracias, Sole Raya. Abrazo!
Para mi también toda Rioja Alavesa es paisaje. Y difícil será que no lo sea por ejemplo uno de esos atardeceres de fuego para el trabajador que lo contempla, porque es una visión tan única.. Tu vino me ha dado envidia, Rafael, y algo más que eso, tus palabras me han dejado sin palabras. Qué buenísimo tu discurso y con qué humor escribes. Y qué inteligente era Kafka, por cierto.
Gracias, Karmele. Kafka, César Vallejo, Rafael Reig… cuántos paisajes en cada una de sus palabras. Saludos cordiales!
Este articulo maravilloso ayuda a incluir el cielo de Rioja Alavesa como el elemento principal de nuestra Sonsierra.
También es muy positivo el comentario que incluye de Kafka:
“la alegria es nuestro deber diario” o cuando comenta “la vida es una realidad tan sencilla como misteriosa”
Muchas gracias, Victoria Cañas. Saludos!
Qué buenas son las miradas exteriores (y encima con humor).
Nos dan perspectivas nuevas sobre nosotros.
Gracias, Alberto, por tu perspectiva. Vuela un saludo!