Más allá de las siete de la tarde en el reloj de la iglesia Nuestra Señora de la Antigua, en Baños de Ebro. El termómetro marca 35 grados al sol. Saludo a un grupo de mujeres sentadas en la plaza, a la sombra. Miro el viñedo. Las uvas crecen con la lentitud exacta de los bueyes. Las golondrinas vuelan sin cesar celebrando la llegada del verano que vinieron a buscar.
La mirada navega por un río verde de viñas. Los jóvenes racimos prometen seguir creciendo. El pueblo parece desierto. Ni perros, ni gatos, ni niños. Un veterano de la vida camina con su cojera a cuestas, calle arriba, apoyado en un bastón. Nos miramos y sin decir nada nos sonreímos. El reloj de la iglesia también calla. Empieza a madurar un anochecer de estrellas.
Un grupo de nubes blancas, corazón de algodón, pintan un cuadro de Magritte sobre un azul intenso. Se puede sacar una fotografía de ellas accediendo a una colina donde sestea un viñedo arrasado en parte por la helada de este año. Mientras subo a lo alto, la voz de un hombre me aconseja prudencia. En seis zancadas, ya sobre la loma, observo la hermosa terraza de cepas orientadas al Ebro.
Junto a una hilera de cepas, sorprendo a un agricultor, con sombrero de paja, sudando el trabajo en la viña. Sonríe. «Hoy el termómetro ha rozado los 40 grados -le digo-, pero supongo que el viñedo se resiente aún por los 5 grados bajo cero de la helada de hace dos meses». «Fue una gran desgracia -me contesta Miguel Muñoz-. Hoy estoy espergurando por segunda vez en poco tiempo. No es el daño que nos ha hecho la helada para esta cosecha, sino para la siguiente, me temo. Es el daño y el trabajo añadido que nos da».
Señala Miguel Muñoz una viña recién nacida del otro lado de la carretera donde la helada fue devastadora. Sondeo con la mirada el grado de su preocupación, pero no hay drama ni en sus ojos ni en sus palabras.
Habla con calma. Se alegra de que su paisana Naiara haya ganado el concurso de carteles de la próxima Fiesta de la Vendimia, en Yécora. Sobre la tierra de la viña quedan las ramas arrancadas por la decisión sabia del agricultor. El reloj de la torre de la iglesia marca el tiempo. Desde aquí puedo ver cómo caldea el sol el asfalto de la carretera.
Muy cerca de mí, el viticultor observa intensamente la viña en la que está trabajando para decir en voz baja algo así como «este año estaremos espergurando hasta que llegue la vendimia». Es la danza del trabajo en Rioja Alavesa. Cien golondrinas, doscientas, nos abanican con sus alas. Cada cual hace su vida entre la Sierra y el Río.
Ninguna golondrina ha detenido el frenesí de su vuelo. El Ebro baja sin detenerse con mucho menos caudal de agua. El reloj marca las horas en lo alto de la torre. Miguel Muñoz volverá hoy molido a casa de tanto trabajo.
El sol volverá a estar mañana (y ahora) en tu pecho y el mío. Yo le llamo esperanza.
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eskerrik asko Julio por estas palabras desde mi pueblo y zorionak Naiara.
Ojala que todos mis paisan@s sepamos vivir con ESPERANZA.
OJALA NOS UNA ESA ESPERANZA
Eskerrik asko, Almudena. Saludos cordiales.
Citarse con la esperanza. Encontrarla. Me gusta. Me gusta mucho. Me inspira en este momento de mi vida.
Eskerrik asko!
Ez horregatik!, Kepa Urdangarin. Me alegra que te inspire. Saludos!
Precioso. Con corazón desde el corazón. Solo nombrar racimo, vid, viña, tierra, … solo mirar al horizonte «esperanza» es ya mucho más que la confianza en que ocurra lo que deseamos. Es fuerza. Fuerza e ilusión para seguir mimando la tierra. Esa «tierra esperanza».
Muchas gracias, Alia. Saludos cordiales.